lunes, 31 de enero de 2011

La rana, Ranita

La rana, Ranita

Ranita era una rana como todas las demás. Tenía la piel llena de circulitos muy parecidos a los cráteres de la luna, pero mucho más chiquitos y de un color verde-marrón, ojos saltones, y una larga lengua que estiraba para capturar insectos y alimentarse de ellos. Vivía muy feliz en una laguna a las afueras de la ciudad. Cierto día, una familia que por allí paseaba, la vio y le pareció tan simpática que decidió llevarla al jardín de su casa. Ranita de repente se encontró en una latita con un poco de agua, que se movía al compás vaya a saber de qué y sin tener la menor idea de cuál sería su destino, se preocupó un poco. Cuando la familia llegó a su casa, la dejó en el jardín, que a partir de ese momento se convertiría en su hogar. Sus ojos saltones miraron ese nuevo lugar: no era feo, al contrario, estaba lleno de plantas, flores, algunos bancos de madera, una hamaca y una pileta que Ranita confundió con una laguna que le pareció un poco extraña.

Ranita no era la única habitante de ese jardín, había caracoles, bichos bolita, gusanos, lombrices, un conejo y dos perritos. También estaban los pajaritos que hacían nido en los árboles, y mariposas curiosas que iban de aquí para allá. Los ojos de Ranita parecían aún más saltones que de costumbre, todo la maravillaba, todo le parecía lindo, a pesar de ser desconocido para ella. Miraba las cosas con los ojos del corazón, de un corazón bueno, sencillo. Comenzó a saltar chocha de la vida dispuesta a recorrer cada rincón del jardín y hacerse nuevos amigos.

Lo que la pobre Ranita no sabía era que no sería bienvenida por sus compañeros del lugar. Ninguno de los animalitos que allí vivían había visto en su vida una rana, por lo tanto no sabían bien de qué tipo de animal se trataba y aún menos cómo era Ranita por dentro más allá de su aspecto físico. Tampoco les importó mucho que digamos. Todos y cada uno tenían algo que decir acerca de nuestra amiguita. Convengamos que la ranita no era muy bonita que digamos, pero en realidad ¿qué importaba eso?
- Está llena de verrugas ¡Qué asco! Dijo el caracol, a quien le costaba mucho terminar una frase.
- Me quiere imitar todo el tiempo saltando y saltando, pero no va a lograr saltar tanto como yo. ¿Vieron sus patitas? Parecen palitos de helado al lado de las mías, comentó el conejo.
-¿Y el color de su piel? Digo yo, ¿no estará medio podrida?, preguntó una mariposita que volaba por allí.

No sólo ningún animalito del jardín le dio la bienvenida, sino que en vez de preocuparse por conocer a Ranita y ver así si podían ser amigos, se ocuparon de criticar no sólo su apariencia, sino todo lo que hacía.
- ¡Es una burlona! Se quejaba un gusanito ¿No se dieron cuenta cómo nos saca la lengua?
- ¡Tienes razón! Nos burla a todos, no hace más que sacar esa lengua larga y finita que tiene ¿qué se cree?, agregó el conejo.
- Yo opino igual, dijo el caracol, cuyas frases nunca eran muy largas, porque si no tardaba demasiado en decirlas.
- ¿Y los ojos? ¡Parecen dos pelotitas de golf!! Para mí que los tiene tan afuera para poder mirarnos bien y burlarse mejor. Por ahí algún día se le caen vaya uno a saber. Comentó un bicho.
- Pues si ella nos burla, haremos como si no existiera, dijo una mariposita.

Lo cierto es que Ranita sacaba su lengua a cada rato para alimentarse de insectos, como hacen todas las ranas hechas y derechas y no para burlarse de nadie. Tampoco tenía los ojos saltones para mirar a los demás, sino porque todas las ranas y sapos los tienen. Lo que ocurre, es que nadie se tomó el trabajo de preguntarle, de conocerla bien y así poder saber cómo era la ranita realmente. Pasado un tiempito, Ranita empezó a sentirse muy solita. Intentaba hablar con sus vecinos, pero ninguno le hacia caso. La ranita quería volver a su laguna, pero por más que saltara lo más alto posible, sabía que no podría llegar hasta allí, ni salir del jardín siquiera. Dándose cuenta que no era bienvenida Ranita se metió dentro de un agujero que había en el pasto y trató de salir de allí lo menos posible para no molestar a nadie. Llegó el verano y con él una invasión de mosquitos nunca antes vista en el jardín de la casa. Todos los animalitos se rascaban sin parar, trataban de esconderse bajo una piedra (los que entraban), los perritos en sus casas, el conejo en una cajita donde dormía, pero aún así los mosquitos avanzaban sin parar.
- ¡Esto nos va a matar!, decía el caracol dentro de su caparazón.
- ¡Ni saltando los puedo esquivar!, se quejaba el conejo.
- Menos mal que yo puedo esconderme debajo de las piedras - comentó aliviado el gusanito - pero algún día tendré que salir a buscar comida.

Todos en el jardín estaban muy nerviosos y molestos. La única que estaba feliz era Ranita, nunca había tenido tan a mano tanta comida y además estaba muerta de hambre por todo el tiempo que había estado dentro del agujero. Dispuesta a hacerse una panzada, la ranita saltó al jardín y empezó a recorrerlo persiguiendo cuanto mosquito se cruzaba en su camino. Con su larga lengua, que tantos problemas le había traído, agarraba todos y cada uno de los insectos que habían invadido el jardín. Al cabo de un tiempo, los demás animales empezaron a ver el resultado de la gran comilona de Ranita, no sólo porque la ranita ya tenía una panza que parecía un globo, sino porque ya casi no quedaban mosquitos dando vueltas.
- ¡Nos salvó, la gorda nos salvó! decía el caracol, quien en realidad quería gritar de contento pero no le salía demasiado.
- No entiendo, decía el gusanito- primero nos burla y luego no saca de encima a los insectos molestos ¿quién la entiende?
- ¿Yo qué quieren que les diga? ¡Salto de contento! ¡Por fin nos libramos de esos bichos! Agregó el conejo.
En eso intervino Koko, uno de los perritos de la casa, quien hasta ese momento, no se había metido demasiado en el asunto.
- Yo diría que hay que ir a agradecerle ¿no les parece amigos?
- ¿A la gorda llena de verrugas, con color medio podrido y que encima se burlaba de nosotros todos el tiempo? ¡Ni loco que estuviera! Gritó el gusanito.
- Es lo que corresponde y es lo que harán todos y cada uno de ustedes o de lo contrario me encargaré personalmente que ese animal verdoso y feúcho no coma más mosquitos. Koko estaba enojado por la actitud de sus amigos.
- ¿Vamos chicos? Preguntó tembloroso el caracol que se había asustado mucho de sólo pensar que los molestos mosquitos volvieran.

Y allí fueron todos, no muy convencidos por cierto. En una larga fila los más chiquitos primero y los más grandes después, con Koko incluido, fueron a agradecerle a Ranita. En realidad iba a empezar a hablar el caracol, pero tardó tanto que el conejo tomó la palabra.
- Mire doña, la verdad es que queremos agradecerle.
Ranita no entendía por qué le agradecían, pero de sólo ver que sus todos sus vecinos se habían acercado a hablarle, le sacaba una sonrisa más grande que su boca misma.
- Perdón, no entiendo. Dijo Ranita humildemente. Agradecerme a mí, ¿Por qué?
- Usted nos quitó esos molestos insectos, lo que no entendemos es por qué desde que llegó no hizo más que burlarse de nosotros y luego nos ayuda con los mosquitos.
- ¿Burlarme yo? ¿De quién? ¿Por qué lo habría hecho? Ranita entendía menos aún que sus vecinos.

La verdad es que en ese jardín todo era un malentendido. Eso pasa cuando las personas no se comunican y entonces no se conocen.
- Vamos confiese, de sacar esa lengua, todo el día sacándonos la lengua ¿se cree que no la veíamos?
- No sólo que nos sacó la lengua todo el tiempo, sino que para poder burlarse mejor, sacaba esos ojos que tiene bien para afuera.
- Lamento desilusionarlos vecinos, pero yo no me burlé de nadie. Me llamo Ranita, mis ojos son así saltones de nacimiento y la lengua la saco para cazar insectos. Si alguno de ustedes se hubiese acercado a hablarme o me hubiera dejado a mí acercarme, nos hubiéramos conocido y hubieran sabido bien cómo es una rana.
-¿Una qué? Preguntó el caracol que ya empezaba a sentirse avergonzado.
- Una rana caballeros, soy una rana con ojos saltones como todas las de mi especie y con una lengua larga que uso sólo para alimentarme y no para burlarme de nadie.

Muy dolida Ranita se fue a su agujerito, aunque ahora le costaba más entrar porque estaba mucho más gorda por todos los mosquitos que se había comido. Todos los animalitos quedaron en silencio. Sabían que habían actuado mal. También sabían que si se hubiesen presentado ante Ranita el día que ella llegó, jamás hubieran pensado que se burlaba de nadie. Hubiera sido tan fácil, sin embargo no lo hicieron. Ahora, ante el dolor de Ranita, se daban cuenta del daño que habían hecho. Sin necesidad de decir una palabra, uno por uno, otra vez en filita se acercaron al agujerito de la rana. No hizo falta ponerse de acuerdo, pues todos querían hacer lo mismo.
- Doña Ranita se nos olvidó algo. Dijo el conejo con voz un poco temblorosa
- Pedirle perdón. Agregó el caracol.
Con esta esa última palabra, simple pero muy grande, Ranita salió de su agujerito dispuesta a darles a sus vecinos una nueva oportunidad. Al cabo de un tiempo, los dueños de casa trajeron una lagartija. Los animalitos del jardín nuevamente veían un espécimen que no conocían. Sólo que esta vez actuaron diferente. Y una vez más, todos en filita, Ranita incluida, se acercaron al nuevo habitante, pero en esta ocasión para presentarse y darle la bienvenida.

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